La nutrición es probablemente una de las ciencias menos valoradas en cuanto al potencial que esconde para nuestra sociedad. Una sociedad bien nutrida es una sociedad mucho más sana, y una sociedad mucho más sana es una sociedad con un menor coste social y por ende con unas prioridades de gasto distintas, que bien gestionadas pueden mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Por ello, la educación en materia de nutrición debería ser una prioridad desde una edad muy temprana. No me refiero a las cuatro cosas y media -en su mayoría erróneas- que enseñan en los colegios, sino a algo más práctico y útil.
La semana pasada impartí un taller sobre nutrición y cocina a unos niños de los que ahora hablaré. Acudí en representación de la asociación Málaga Sana a la que pertenezco y a la que te animo a asociarte desde estas líneas pinchando aquí. Nuestra misión principal es luchar contra la obesidad infantil desde la educación y el compromiso inequívoco de divulgar el conocimiento necesario para prevenir esta enfermedad. Hablando en plata, no se trata sólo de ayudar a los niños obesos, sino de prevenir que los haya. Aunque suene a topicazo, en materia de nutrición la prevención es fundamental. Pues bien, el objetivo de este taller era precisamente enseñar a prevenir.
Al taller, que se celebró en el Centro de Recursos Participativos del barrio de El Palo (Málaga Capital) acudieron un grupo de 11 jóvenes tutelados y extutelados de entre 16 y 21 años del Programa Labora de la Junta de Andalucía de la mano de la fundación Diagrama, que había solicitado la colaboración de Málaga Sana para la organización del evento. La idea inicial era enseñar a estos jóvenes algo de cocina saludable para que puedan desenvolverse a corto plazo, sin embargo, quise darle una pequeña vuelta de tuerca al taller y comencé por el principio, que son los principios básicos de nutrición. Comprobé que, en efecto, tenían más o menos fresco lo que se enseña en los colegios, pero a partir de ahí, sus conocimientos eran como un espeso puré de patatas, difícil de digerir.
Lo que más me gusta de hablar con jóvenes es que habitualmente tienen la mente más abierta que los adultos. Les puse por delante una botella de Coca Cola y una botella de Zumo de naranja Don Simón y les pregunté qué bebida era más sana para desayunar. Lógicamente, porque es lo que nos enseñan, me dijeron que el zumo, pero cuando les pedí que mirasen los valores nutricionales de una bebida y la otra y se dieron cuenta que ambas tenían exactamente la misma cantidad de azúcar (10,4g por cada 100ml) se quedaron perplejos. Luego les enseñé en los ingredientes que la vitamina C de este «zumo» tampoco es natural, sino que se añade, y que tenemos todo el día por delante para tomar alimentos que contengan vitamina C de manera natural sin tener que recurrir a un bote de agua con azúcar que nos quieren vender como sano y saludable. No se trata de decir que el zumo de naranja sea más o menos saludable, sino de explicarles que hay que leer las etiquetas de valores nutricionales de los productos que compramos porque si las leemos difícilmente podremos equivocarnos al comprar.
El ejercicio lo repetimos con un bote de margarina y otro de mantequilla. Como era de esperar todos me dijeron que la margarina era más sana que la mantequilla, pero cuando les pedí que me leyeran la lista de ingredientes de uno y otro producto su sorpresa volvió a ser mayúscula. Como es natural -nunca mejor dicho-, la mantequilla estaba compuesta únicamente por la nata de la leche y sal, mientras que si tengo que reproducir aquí la interminable lista de grasas «exóticas» e ingredientes de todo tipo de naturaleza que contenía el bote de margarina más de uno se me duerme y no acaba de leer el artículo. El objetivo del ejercicio era que comprendiesen que da igual lo que diga el fabricante de un producto, debemos leer la lista de ingredientes de un producto. El hecho de que la multinacional de turno diga que su margarina es «sana» y «natural» debería en cualquier caso prevenirnos de justo lo contrario, algo que denuncio sobradamente en mi libro La gran mentira de la nutrición, que aproveché para regalar a estos chicos y dedicárselo personalmente a cada uno.
En tercer lugar les puse por delante un sobre de Pechuga de Pavo Sanissimo de Campofrío y un sobre de lomo de cerdo embuchado de marca blanca y repetimos el experimento. Aquí mi público ya se sabía el truco y se inclinó mayoritariamente por decir que el lomo era más sano y nutritivo que la «pechuga» de pavo de la multinacional de capital Mexicano. Así que les pregunté porqué pensaban así y como era de esperar, no lo sabían pero intuían la trampa, así que les puse a leer las etiquetas de los productos para que descubrieran que el lomo tenía dos ingredientes, lomo y sal, y la pechuga de pavo estaba compuesta por un miserable 60% de carne de ave separada mecánicamente y una larga lista de ingredientes de difícil pronunciación y dudoso valor nutricional. Creo sinceramente que conseguí que comenzaran a pensar fuera de la caja, como dicen los norteamericanos, y que comenzasen a plantearse que la marca y la percepción que nos ofrece el fabricante de un producto no son de ningún valor real para el consumidor y finalmente se fueron convencidos que a la hora de comprar lo que tiene que importarnos de un producto es su lista de ingredientes y su tabla de valores nutricionales, y poco más.
Luego nos metimos en faena y cocinamos un consomé, unos medallones de salmón al horno, huevos rellenos de dos tipos -fríos y calientes- y les enseñé a preparar una salsa casera para dipear. Lo que quería era demostrarles que es posible tomar un aperitivo divertido y a la vez nutritivo. En lugar de abrir un bote de salsa preparada y una bolsa de Doritos o de patatas fritas, con el mismo presupuesto preparamos una salsa a base de yogur y queso fresco con una serie de especias y cortamos unos cuantos vegetales en tiras para mojarlos en la salsa, que nos aportaba las proteinas y las grasas de calidad del plato. Aproveché para explicarles la diferencia entre hervir los vegetales y comerlos crudos y como los micronutrientes hidrosolubles se pierden en la cocción porque acaban disueltos en el agua, por lo que les animaba a tomarlos crudos o cocinados de otro modo.
Creo que en general pasaron un buen rato, aprendieron bastante y se fueron con un buen sabor de boca, incluso literalmente hablando 🙂
Un apunte de interés al hilo de los recientes atentados terroristas en París. Para los huevos rellenos que iban al horno usamos paté de cerdo y para la salsa del salmón usamos algo de cerveza con alcohol. En el grupo había algunos niños musulmanes, que si bien eligieron no probar los huevos rellenos de paté, no tuvieron problema alguno en trabajar con el paté y manipularlo en la elaboración de la receta ni en comerse el salmón toda vez que les expliqué que el alcohol de la cerveza estaba más que evaporado por la cocción. En mi opinión, esto demuestra indudablemente que el problema no es la religión ni las creencias, sino la educación, el respeto y el sentido común. Si esos mismos niños -todos, no solo los musulmanes- no estuviesen siendo atendidos por diversas asociaciones, fundaciones y obras sociales en general, y hubiesen caído presa de la exclusión social y del abandono educativo, probablemente alguno acabaría de una manera mucho más trágica y problemática. Sin embargo, allí los jóvenes musulmanes hablaban con los cristianos del último videojuego que habían probado y de como se pasaban tal o cual nivel. Educación e inserción social y mucho menos buenismo y palabrería, eso es lo que creo que necesitamos, que no es poco.